Diario de una procrastinadora // Día 11
Tomar decisiones. Organizar el tiempo y el caos. Sostener o demorar. Una carrera que a veces gano y casi siempre me deja sin aire. Descanso, retomo. Aquí va mi diario, si consigo escribir todos los días.
DÍA 11
El sábado se abre como una sábana, con un sabor salobre.
Bajo a la biblioteca a buscar "De vidas ajenas". Traigo otro libro que me pareció atractivo, y dos sobre Picasso porque Hijo Menor está leyendo uno que promete resumir todo el arte moderno y él está justo en la mitad, adentrándose en el cubismo.
No voy a la playa, es casi el mediodía y siempre esquivo a los rayos de ese sol vertical que dibuja sombras nítidas y figuras iluminadas hasta la ceguera. Disfruto más el atardecer, cuando extendemos lecturas y debates filosóficos y rescatamos la costumbre del mate.
Ayer sí, fui temprano, antes de las nueve. Y observé a los habitantes de esa hora, tan distintos a los de la tarde. Sé que son los mismos de otros veranos. Una mujer redonda y fuerte como las piedras; sus pantorrillas semisumergidas, el sonido de las conversaciones semejante al de las olas tranquilas, que se desbordan con sigilo cuando no hay viento. El color de su piel de bronce es parejo incluso sobre los pechos altos y redondos, sobre los hombros anchos; de cerca tendrá la textura de un pergamino, de lejos solo puedo percibir ese tono que huele a coco y grita agosto.
Compro un bolígrafo pilot v5 negro y una goma de borrar triangular milán. No sé si es que exactamente la necesito, a lo mejor solo me cautivó el olor de escuela primaria, la redondez de sus esquinas blancas y equiláteras.
Vuelvo a casa y acabo las páginas que me quedaban de El jilguero. Llego a la página 1143. Su tono es como el del sol del mediodía, una luz furiosa que puede hacer daño, unas sombras frescas.
“Todo lo que nos enseña a hablar con nosotros mismos, lo que nos enseña a salir de la desesperación entonando una canción, es importante. Pero el cuadro me ha enseñado que podemos hablar unos con otros a través del tiempo”, dice Donna Tart.
Toda la obra gira en torno a una pintura pequeña, de un pintor holandés llamado Fabritius. Hay un jilguero con una cadena en su pata. A lo largo de la novela su simbolismo va mutando, nos lleva por una trama de thriller sin respiro; me ha dejado exhausta hasta la madrugada algunos días aún de colegio, porque su fascinación vencía al sueño.
El final es sosegado, una reflexión sobre la belleza del arte.
El libro que acabo de cerrar, el documental “La desaparición de mi madre” que vi ayer, las señoritas de Avignon con sus cuerpos rosados, sus codos en punta y sus caras angulosas que me miran desde la portada de un volumen que reproduce por enésima vez un arlequín, un abrazo en tonos azules, el horror en unos gestos mezclados.
Ese diálogo a través del tiempo que se renueva y hago mío con solo abrir unas páginas, poner play o mirar con atención fresca. "Podemos hablar unos con otros a través del tiempo”
Si hubiese soñado un edén tendría esto: una biblioteca, una heladería, arena, olas. El sábado se abre como una sábana, como una sabana. Y yo pendulo entre el descanso y extenuación.
Notas al pie:
Libros
El jilguero, Donna Tartt, Ed. Lumen
De vidas ajenas, Emmanuel Carrère, Ed. Anagrama
¿Qué estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos, Will Gompertz, Ed. Taurus
Documentales
La desaparición de mi madre, de Beniamino Barrese, "Un íntimo documental sobre Benedetta Barzini, una modelo que una vez fue icónica, pero que ahora se esfuerza por escapar del mundo de las imágenes y desaparecer para siempre."