Diario de una procrastinadora // Día 13
Tomar decisiones. Organizar el tiempo y el caos. Sostener o demorar. Una carrera que a veces gano y casi siempre me deja sin aire. Descanso, retomo. Aquí va mi diario, si consigo escribir todos los días.

DÍA 13
Se acaba el día, ha sido una jornada productiva y aproveché el final de la tarde, el mate, el cielo nublado, y la casa sola, para hablar con mi madre.
Primero lo intentamos por whatsapp y como aquí soplaba tramuntana (por algún misterio de las antenas, empobrece la señal de wifi) tuvimos que pasarnos al google meet. Ella no tiene zoom instalado en su móvil y yo logro subir la potencia de mi internet solo si uso un cable de red en el portátil.
Cuando emigré de Argentina a Miami, en 2001, nos conectábamos vía telefónica: compraba unas tarjetas prepagas que revelaban su código rascando una película gris con la uña y que me daban la duración de la llamada según los dólares invertidos. Después vino el skype, aunque durante años le cargué saldo para llamar desde mi ordenador a su teléfono fijo.
Hoy tenemos muchas opciones y, pese a que la tecnología nos deja elegir texto, voz o cámara, el bien más escaso sigue siendo el tiempo. La cuestión no es cómo llamo a mi madre que vive a once mil kilómetros, sino cuándo y sobre todo cuánto.
Después de saludarnos emotivamente, me dijo que cada día, al levantarse, busca en su email este diario. Que hoy no lo encontró. Tras el texto del día anterior llegó a pensar que yo no había logrado remontar mi ánimo y no pudo evitar la materna preocupación.
Me hago trampas. Escribo todos los días, pero a veces se me hace muy tarde y lo programo para el siguiente. Se ven algunos huecos en la periodicidad diaria. Algunas de estas páginas me han llevado varias horas y dos o tres sesiones de escritura hasta lograr la versión decente.
No es que salga con el primer verbo que encontré en el armario, que me adorne con unos cuantos adjetivos, y mire al espejo lo bien que me quedaron esas tipografías. Conlleva todo un proceso: pensar, arrancar, continuar, ir del word al mailchimp, repasar, colocar formato, enviar o programar.
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Hoy le expliqué a mi madre con bastante detalle cómo funciona mi web: los botones de pago, el calendario, la parte automática que permite que ayer haya tenido una sesión con una clienta y que al acabar haya reservado un par de horas para fin de julio.
—¿Y quién fue el genio que inventó ese sistema?— me preguntó.
—Yo, mamá— le respondí— claro que con piezas que están ya listas, pero hay que juntarlas para que funcione.
—Ahhh....
Le expliqué que esta reunión de componentes era parte de mi trabajo, que para hacer eso y otras tareas técnicas (y no técnicas) es que algunas personas pagan por mi tiempo. Mi dilema es que sigo vendiendo horas y que no logro tener más de 24 en un día. Y que, además, quiero hacer otras cosas que no sean trabajar.
Este sistema, que he podido configurar, no gracias a un destello de genialidad, sino de semanas laboriosas y años de experiencias e investigación (queda mal que lo diga yo, pero si no lo sabe ni mi madre, es que me paso de modesta) me ha ayudado a ganar muchos minutos en mi día.
Ya no discuto si nos va bien una fecha o la otra, no tengo que cambiarte mi precio si me has contado lo duro que está el panorama, ni necesito ir al aburrido excel a hacerte una factura.
Pago a un cóctel de seis o siete plataformas, las combino y compro tiempo.
Eso: tiempo.
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Anoche antes de dormir encontré un pódcast que aún no había descubierto y me gustó mucho. En el episodio de Sapere Aude más nuevo conversaban con Jorge Carrión. Hablaba de su libro "Contra Amazon", que sigue la estela de "Librerías" y el tema central es el tiempo.
Es importante que a tu casa llegue un tornillo al día siguiente, porque tienes que hacer funcionar algo y la velocidad hace la diferencia, dice Carrión. ¿Pero para qué queremos que un libro nos llegue al día siguiente? En este caso, afirma, la lentitud es una parte esencial del proceso.
¿Podemos llegar a considerar la demora como un beneficio?
Pues, depende.
Según su tesis, en el caso de los libros, "más rápido" no significa progreso. Ir a buscarlos a una tienda que solo vende libros, mirar sobre las mesas de novedades o entre los lomos ordenados alfabéticamente en los estantes, preguntar a la persona de confianza que trabaja de esto hace años, elegir, llevarlo con ilusión, es en sí una actividad creativa, una experiencia social, y hasta un ejercicio físico saludable.
¿No es ridículo comprarse un reloj que cuente pasos y después, en vez de caminar unas manzanas para ir a la librería del barrio, apretar un botón y esperar que el título llegue mágicamente a casa en unas horas?, se pregunta Carrión.
(Por cierto, el escritor dice en ese episodio que SU librería de referencia de la juventud fue Robafaves, en Mataró, templo librero que dirigió mi gran amigo, creador de la BiblioBosc y lector de estas cartas, Pep Durán).
Yo adhiero a su manifiesto. Siempre me intrigó esa gente que aparca un coche para ir a sudar con unas bicicletas fijas mientras alguien les grita que suban la velocidad y suena una música de ritmo frenético.
Justamente me encontré con esa escena mientras iba en bici urbana a la biblioteca vecina de un gimnasio y me sentí el colmo de lo inteligente pedaleando al aire libre. A través de los enormes ventanales pude ver al grupo de deportistas frente a una pantalla que simulaba circular por un camino en el bosque.
El tiempo y nuestras paradojas modernas.
Una vez leí que usamos muchas más horas en lavar ropa con los eficientes aparatos de 16 programas que tenemos ahora, que el que invertían nuestras abuelas lavando a mano sobre una tabla de madera. Porque resulta que las familias tenían menos ropa y se cuidaban de no ensuciarla tanto. Estaba el traje de domingo y el de la semana. Punto.
Nuestros hijos se cambian tres o cuatro veces en el día, en un desfile incansable que parece ignorar que al final del proceso siempre alguien tiene que:
a-llenar el cajoncito del suavizante,
b-colgar cada prenda de manera que pueda recibir aire,
c-emparejar calcetines.
No incluyo la plancha en la lista porque no sé cómo funciona ese aparato, pero me consta que hay quien, además, quita arrugas con ese artilugio extraño que consume electricidad y minutos a mansalva.
En fin, esas cosas.
Notas al pie:
Artículos
"¿Qué tienen en común el algoritmo de Google, el succionador de clítoris y la venta por internet según Amazon? Que los tres compiten entre sí para acortar el tiempo entre la formulación del deseo y su consecución."
Instrucciones para desacelerar el tiempo, Jorge Carrión, New York Times
Pódcasts
Sapere Aude, humanistas sin complejos: El factor humano en un mundo digital, con J. Carrión
Solaris, "ensayos sonoros" es el pódcast en que conocí al escritor Jorge Carrión. Me llamó la atención su formato narrativo.
Después en la BiblioBosc, leí "Librerías" (Anagrama), una crónica de viajes y ensayo en que el autor recorre librerías de todo el mundo.
Pep Durán, creador de la biblioteca al aire libre, mientras me daba ese libro, me dijo que sí, que en alguna página aparecía Robafaves, la librería que él había dirigido durante más de veinte años.
El círculo se cerró cuando leí:
“De regreso a casa, a la hora de la cena, pasaba por Robafaves (mucho después descubrí que era una cooperativa y una de las librerías más importantes de Cataluña) donde casi cada tarde se presentaba un libro y yo escuchaba, como en misa o como en clase, aquellas palabras”.
Libros
Contra Amazon es un libro, publicado por Galaxia Gutenberg, que también se vende en Amazon. Originalmente fue un manifiesto que se publicó en la revista Jotdown
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