Diario de una procrastinadora // Día 16
Tomar decisiones. Organizar el tiempo y el caos. Sostener o demorar. Una carrera que a veces gano y casi siempre me deja sin aire. Descanso, retomo. Aquí va mi diario, si consigo escribir todos los días.
DÍA 16
"Mejor pensar en la escritura, en lo que uno hace, la escritura, como una actividad antes que como una identidad. Yo escribo, nosotros escribimos; mantener la vocación como un verbo antes que como un sustantivo; mantenerse trabajando en la cosa, todo el tiempo, en todos los lugares, de modo que tu vida no se vuelva una pose, una pornografía de deseos". Lorrie Moore
***
Es lunes. No un lunes inventado, futuro. No un lunes rescatado de la memoria. Ni siquiera un lunes que registré, más o menos minuciosamente, y programé para enviar.
No. Este lunes es aquel en que escribo un texto al que repasaré apenas y luego le diré "ya estás, ya puedes salir", como a una hija a la que reviso el pelo, los tobillos abrigados, la bebida caliente en el estómago y le digo que sí, que ya puede irse al colegio antes de que suenen las campanadas de las nueve.
Me he mudado tantas veces con el azar suficiente como para que en este lado del océano, al que del otro nombrábamos "Viejo Mundo", siempre haya habido una iglesia a una distancia tal que sus campanas, que no descansan de noche, hayan sonorizado siempre los cuartos, las medias, los tres cuartos, de desayunos, insomnios y domingos con repiqueteos insistentes que alguien habrá oído como llamado a misa y yo, interpretado como la hora de levantarme, almorzar o tan solo oír el metal a lo lejos.
Recibí de regalo cuatro relojes de vidrio que marcan sesenta minutos, treinta, quince, cinco, y que uso para trabajar o moderar reuniones, en lapsos equivalentes, poéticos, que van dejando caer una arena color carbón, de una forma tan precisa y lenta, que no puedes hacer otra cosa que mirarla mientras haces silencio y te entretienes en observar esa cadencia misteriosa, sin tomar conciencia, en ese instante, de que la metáfora de los minutos que se escapan está siendo fatal y literalmente, realizada.
Además, soy dueña de un reloj de muñeca con dos agujas, fondo blanco, números grandes y negros que no dan lugar al equívoco y no, no, no es de esos que delatan pasos, ritmos cardíacos, horas de sueño, esos que son como un pequeño espía, un delegado discreto del teléfono móvil, que persiguen a su usuaria con mensajes y avisos de toda clase, por el contrario, este, mi reloj de muñeca de correa imitación cuero, es un intento de huir de él, una estrategia para evitar la tentación de perderme en su laberinto sin fondo solo porque me dispuse a mirar la hora.
Es un lunes que es varios a la vez: el que nombro en este momento, el que será cuando vuelva a peinar este párrafo; el que señalará cualquiera de los relojes de hemisferio norte o sur, gmt más dos o menos seis, cuando deje marchar este diario; el que compruebes en tu pantalla, tu calendario de pared, tu agenda, tu sentido común o tu rutina, cuando llegues, si llegas, a este punto, por fin, definitivo.
Notas al pie:
Libros
A ver qué se puede hacer, Lorrie Moore, Eterna cadencia
Artículos
Cinco cuentos extraordinarios de Lorrie Moore (y algo más), La Tercera