Cartas Acompañadas

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Este es el final / Memorias del nido vacío (9)

andreasecchi.substack.com

Este es el final / Memorias del nido vacío (9)

Andrea Secchi
Jul 1, 2022
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Este es el final / Memorias del nido vacío (9)

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Una nostalgia precursora me impulsa a escribir. El vacío es la tristeza dulce de los hijos que se van distanciando y es también un tiempo que se abre para observar(me) con ojos nuevos, para aceptar desafíos y placeres.

Cinco personajes en busca de su historia

Miro el horizonte azul. Unas banderas agitadas por el viento suave, una ondulación de montaña y bosque, los mástiles de los veleros, retazos de mar. Este puerto será mi próximo paisaje. Es la materialización de un proyecto que ni me atrevía a imaginar y de tan real ahora, casi me asusta.

Ayer, en la amplitud de la sala con olor a madera, en el silencio de un domingo sudoroso, logré dividir un colchón king size para reciclarlo como asientos. Lo hice siguiendo otros almohadones como modelo, con más intuición que certeza; me llamó la atención la cifra resultante. Cinco.

Mandé fotos a mi madre porque aun recordamos con mi hermano su gesto de cortar el colchón matrimonial tras el divorcio para usarlo en las camas individuales. Nos reímos con la anécdota y aproveché para ponerla al día en un audio. En su caso hubo que usar un serrucho; yo había hecho toda clase de hipótesis sobre la tarea, buscando tutoriales varios, para luego encontrarme con una superficie esponjosa perforada con unos puntos que hicieron bastante fácil la partición. Me bastó con seguir las líneas con un cuchillo dentado.

………………

Miro mi colchón, las marcas de la funda y pienso en tantas horas de vida, en las veces arrastrado por escaleras. Es de látex, pesa como un elefante dormido y decidí que no me acompañaría en ninguna otra mudanza. Que semejante souvenir no acabaría en un contenedor de basura. Que se convertiría en superficie de apoyo para reuniones de trabajo, para tardes creativas, para charlas expertas y sesiones de cine fórum.

Miro los cinco rectángulos y pienso en los cinco adultos que ya somos.

Hija me escribe desde una ciudad mil kilómetros al sur, donde ha llegado después de horas de tren, en su primer viaje sola, a encontrarse con un grupo de amigas (y amigo) que conoció por chat durante el confinamiento. Me envía fotos de la decoración ecléctica del airbnb y tratamos de descifrar qué estilo componen una máscara africana y una rana de cerámica tocando el tambor. Le pregunto si las plantas son de plástico, me dice que no y rescatamos ese punto a favor. A la noche recibo imágenes del casco antiguo. “Hasta hay un coliseo romano, mi friki de cultura clásica es feliz”, dice. Y no puedo evitar el pensamiento de si esto habla de una tendencia vocacional, si es acaso el inicio de alguna definición que encontrará antes de acabar el año sabático que quedó inaugurado.

Por fin tengo el tiempo y las ganas de sentarme a enviar por pantalla el último trámite para inscribir a Hijo Menor a un ciclo superior de animación. Hay cinco puestos, más de cincuenta candidatos, se ha esforzado estos dos años y con su promedio tiene buenas chances. Comprimo el archivo pdf de su expediente dos veces hasta que el sistema me deja subirlo. Se lo confirmo por mensaje, me cuenta que sigue sin hacer nada más que jugar al LOL, se ha quedado solo en la casa vacía. Le pedí que me ayude con la limpieza mientras convive con la cáscara de lo que fue nuestra rutina durante seis años. Come en lo de sus primos, va al gimnasio, agota los últimos minutos de esta etapa, los respira hasta que se acabe su aire y solo quede un olor en el recuerdo.

Culmina la tarde, me encuentro con Hijo Mayor después de nueve horas en su trabajo de camarero. Me cuenta que, como sale temprano, quizá haga jornadas extras en otro bar, por la noche. Su cálculo es sencillo: traduce en equipo de filmación. Más euros es igual a una cámara mejor, otra óptica. Y en libertad. Más mesas es otro mes de alquiler en Barcelona, un rodaje por amor al arte porque podrá sostenerse con ahorros. Ha aprendido el oficio en pocas semanas, lleva la bandeja con destreza, ya sabe predecir qué pedirá la clientela, organiza mesas de quince personas para que hagan su comanda en orden. Despliega su simpatía natural en cuatro idiomas. Vamos caminando con el mar siempre a nuestra derecha, rumbo al pueblo. Hablamos de lo que significa este aprendizaje mientras encontramos de frente a familias de turismo.

Antes de la medianoche Padre envía imágenes sin texto desde una isla, como señal de que ha llegado bien a destino. Otras playas, casi desiertas. Necesita unos días de silencio y soledad. Luego tendrá un retiro, otro hito intenso de su ya intensa formación de Gestalt. Está en un proceso de transformación profunda que por momentos me acerca, por momentos me hace sentir que hablamos idiomas diferentes. Sus últimas horas antes del aeropuerto habían sido de trasladar muebles, de volver en medio de la madrugada a buscar el pasaporte olvidado. Su última línea desde el aeropuerto: “desconecto”.

………………….

Observo con satisfacción los cubos de látex, los cubro con una tela, tomo medidas, imagino texturas y situaciones. Así, los cinco tramos de un colchón que ha acompañado a esta familia que ahora se dispersa, se convierten en algo nuevo.

Estas “memorias del nido vacío” tienen su último capítulo justo cuando el verdadero vacío comienza a palparse. Es el fin muy claro de un ciclo, de una vida. Empieza otra. Con su propia paleta de colores. Con unas alegrías muy distintas, unos dolores muy sui generis que no soy capaz de vislumbrar.

Renuncio al control, aunque me cuesta horrores. Suelto la vida de estos hijos, esta hija, esta pareja y tomo la única sobre la que tengo soberanía: la de esta mujer de cincuenta años que hoy mira al horizonte azul mientras se enfría un café con leche.

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