Cartas Acompañadas

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ensayos minimalistas // 02 Recicladora

andreasecchi.substack.com

ensayos minimalistas // 02 Recicladora

Andrea Secchi
Jul 14, 2022
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No es fácil enfrentarme a la marea informe y azarosa de objetos. Cada cosa ha sido cultivada, construida, manufacturada, transportada, comprada, deseada. Y ahora me mira, cada cosa, desde ese purgatorio, esperando mi decisión. ¿Me hace feliz? Materia y energía. Ensayo y error. 

2 / La Minimalista versus la Recicladora

A veces me siento una superheroína que ha podido vencer en solitario al sistema capitalista.

He vivido tres años en Miami, una ciudad que en algún momento sentí como un enorme casino poblado de ludópatas del shopping. Se compra a cualquier hora, de todas las maneras posibles, con las máximas comodidades. Lo difícil allí es salir de un mall con las manos vacías. Todo reluce, perfuma, sonríe, susurra. Las calles son anchísimos toboganes bordeados de jardines recién manicurados que se deslizan hacia el próximo objeto de deseo.

Y creo que así, a fuerza de exceso, en una terapia de Naranja Mecánica, llegué a la apatía consumista. Pocas cosas me atraen lo suficiente como para entregar dinero a cambio. Es diferente con las experiencias. Pago por comidas en restaurantes, entradas a teatro, transportes y cursos, con placer y sin censura.

Esa es una ventaja para mi Minimalista. Y sería una buena garantía para el ahorro de espacio si no tuviera a su archienemiga la Recicladora, una mujer creativa y habilidosa con un preocupante inicio de síndrome de Diógenes.

Los “si a esto le pongo”, “le cambio”, “le arreglo”, “lo uso para”... le han hecho acumular desde carozos de cereza hasta abrigos horribles y muebles destartalados, pasando por botes de vidrio de todos los tamaños y botellas de plástico de las formas más variadas.

El ajuar que ahora trato de clasificar, reducir, ordenar, se compone principalmente de objetos regalados o adoptados, de las purgas de otra gente más o menos cercana. De segunda mano, o quinta quizá. Tesoros llenos de posibilidades en el mundo alternativo del bricolage. Con un poco de pintura, un par de tornillos, una buena costura, quedarían espléndidos, lo sé con certeza.

Y es que lo que más ha alimentado a la Recicladora es su alto porcentaje de éxito. Mi palita de jardinería es el mango de un envase verde de friegasuelos. El escurreplatos enorme y con ruedas proviene de un antiguo lavavajillas. El precioso sofá blanco vino de un piso vaciado en Barcelona. Tengo cojines a base de quilting y telar que han quedado más que decentes.

Y mi ropa, el 99 por ciento de ella (de marca, buena calidad y a mi medida y gusto) proviene de mis amigas. Holandesas, belgas, catalanas, españolas que viven en Berlín o se mudaron a Mallorca. Amigas de amigas, familiares de amigas. También de mi madre y mi hermana. Miran con cierta condescendencia a esta oveja hippie que extrañamente forma parte de una estirpe de mujeres que adora tener prendas nuevas cada temporada. Zapatos ultracómodos y ropa interior son los únicos ítems de adquisición propia en mi armario.

Así que mi gran ejercicio de este día no es desapegarme de recuerdos, bienes adquiridos a plazos, o souvenirs de viajes románticos. 

Mi esfuerzo casi desgarrador hoy es enviar a la basura y (¡oh, horror!) además mezclada, a preciosos artefactos llenos de futuros posibles, retazos textiles que verán amputadas sus chances de renacimiento, mobiliario prometedor que nunca recibirá esa capa de amarillo.

Respiro profundo, cierro los ojos y acallo la voz de la Recicladora. Acabo de tirar en la bolsa negra un frasco vacío de mermelada de los buenos. Ay, qué dolor.

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