ensayos minimalistas // 06 / fotos del futuro

No es fácil enfrentarme a la marea informe y azarosa de objetos. Cada cosa ha sido cultivada, construida, manufacturada, transportada, comprada, deseada. Y ahora me mira, cada cosa, desde ese purgatorio, esperando mi decisión. ¿Me hace feliz? Materia y energía. Ensayo y error. 

6 / Fotos del futuro

Un espacio vacío es como la ropa limpia, nadie nota el trabajo que hay detrás. En cambio, la suciedad y el desorden, las manchas y la sobredosis de objetos, sí que son observables, reprobables con dedo índice, con ceño fruncido.

Hoy miro y remiro la sala con suelos de madera y escalones dispuestos como escenario, con mesas y sillas, con cuadros en las paredes y lo único que veo es ese aire infinito que corre libremente. La transparencia. La posibilidad. 

Puedo imaginar gente trabajando, bailando, pintando, conversando donde hasta anoche solo veía intenciones frustradas, demoradas, tareas pendientes. Antes peso, ahora levedad.

Tenía desde hacía días solo los artículos de oficina y de archivo ya seleccionados. Los lápices que habían sobrevivido a la purga, los papeles que demostraron estar vacíos o con un contenido digno de retenerse. Había desplegado el contenido de cajas y bolsas, cestas y cajones, en forma de abanico, para que nada se escapase al escrutinio y clasificación.

Me habían paralizado el cansancio, el submundo emocional, la fatiga de manos ásperas tras tanto repasar polvo. 

Un solo gesto hizo falta para desbloquearme y volver alegremente al minimalismo en marcha, al enérgico marikondismo. 

Miré fijamente mi escritorio y descubrí la tapa que podía dejar otra vez desagotar el líquido sobrante: dos enormes marcos de foto que habían protagonizado la cocina de nuestra casa. Retratos de una niña abrazando un cachorro, de un rubiecito vestido de naranja corriendo sobre el verde de un parque, de un regordete con fondo de arena y camiseta roja, los cinco con un enorme papagayo posando en el hombro, los dos sonriendo desde una escalera. 

Despegué las fotos, les agradecí, las guardé en la caja de recuerdos. Reemplacé las imágenes por un bordado sobre lino hecho con mis manos, que hablan del deseo de compartir agujas. Y en el otro ocupé las ventanitas con tres postales compradas en una galería de arte de Ámsterdam, una tiene a dos mujeres que nadan, otra a un grupo que ríe alrededor de una mesa, la tercera es una ensalada sobre tul. 

Necesitaba cambiar la dirección de observadora, que esos marcos encuadrasen las nuevas coordenadas. Ya no se cuelgan en una casa de familia sino en un espacio de trabajo compartido que pretende dar cabida a las ilusiones de una comunidad.

Luego de ese acto psicomágico, clasificar gomas de borrar y clips y facturas y acuarelas y cargadores, fue tan fácil como deslizarse en canoa. 

Ya huelo con curiosidad el río y ni siquiera me es imprescindible saber adónde me llevará la próxima curva.