Tengo una doble, una doppelgänger.
Se acaba de comer tres mochis de matcha de una caja de cuatro después de dejar en remojo el azuki después de recuperar el aliento después de subir cinco pisos por escalera con una bolsa de vegetales. Comprueba que lo más caro ha sido esa fruta salada con aspecto de pez: siempre vale la pena pagar por un color, me dice.
Vive en la ciudad y tiene un gato negro que se llama Miró.
Yo la sigo unos pasos detrás y la observo. Va con aires de vecina a los lugares que yo iba como transeúnte ocasional. La Central del Raval, el cine Verdi. Ahí nos encontramos y somos una; después, cuando sale decidida para su casa (dice “nos vemos en casa” a quien quiera visitarla y la agenda ya está tan ocupada como la del pueblo), volvemos a ser dos. No nos diferencian los espacios concretos sino la dirección. Yo he estado diez veces en la plaza Urquinaona; ella pasa por ahí con una bolsa de supermercado.
No necesitamos anularnos ni nos odiamos, como las dos mujeres de “La sustancia” que vi ayer. Tampoco perseguimos la juventud y mucho menos nos apegamos a un pasado de fama y belleza. Ella avanza, confiada, yo sigo suspendida en la incredulidad y una extrañeza que se acerca mucho más a la fascinación que al miedo.
Soy una nena a la que han dejado sola en la juguetería y le dicen:
“Elegí lo que quieras”.
Me lancé al vacío dispuesta al nomadismo y en unos días tenía la llave de un piso con gato y plantas que acompañar hasta que vuelva su legítimo propietario, un chamán con la biblioteca más nutrida que he visto en una casa, no ya de 30 metros cuadrados, sino de cualquier superficie . Yo usufructo fructíferamente. “Salta, y aparecerá la red”. No tengo claro el próximo punto de mi itinerario y por ahora no lo necesito.
Mi presente es esta barraca de pescadores blanca y azul con una terraza que me deja divisar las azoteas y el cielo. What else.
Viví treinta meses en un puerto y nunca había visto mi casa desde el mar.
El día que entregué las llaves (y por unos días en mi bolso no hubo ningún artefacto que abriera puertas) una justicia poética me llevó a una despedida en velero. Me esperaba un grupo entusiasta de amigos para compartir una salida náutica por el paisaje conocido que veía por primera vez con otra perspectiva: cuevas, olas, riscos.
“Hay que mirar un punto fijo y dirigirse hacia allá” me dijo uno de los marineros mientras yo llevaba el timón como si lo hubiese hecho toda la vida; “hay que esquivar las piedras” me dijo el otro y mis ojos alternaron pantalla y horizonte.
Mi cuerpo se olvidó durante un buen paréntesis de la agotadora tarea de reducir las pertenencias terrenales y prepararlas para traslados aún inciertos. Debo decir que también bailé y reí y abracé y besé durante esos días, que de algo tiene que servir la experiencia de 25 mudanzas: para saber que al final siempre acaban. Estresarse no tiene sentido.
Parece que hubiesen pasado meses desde esos días surrealistas. Sobre todo porque luego entré al no-tiempo de un retiro de escritura en una masía con una treintena de argentinos. Instalamos gramática oficial (yo amo, vos amás, ustedes aman) y mate durante tres jornadas y también se convirtió en un no-lugar, una especie de aeropuerto o embajada con sus propias reglas: todos los ciudadanos se entregarán sin excepción ni juicios al sagrado ejercicio de la literatura.
Mi doble se acaba de comer el último mochi. La miro. Por suerte también escribe. Y tiene una disciplina para el trabajo y una concentración que le envidio. No haré ninguna locura a lo Demi Moore.
Voy a observarla durante un tiempo, a ver por dónde nos lleva. ¿Me acompañas?
PD:
Según la Real Academia Española:
cuaderno de bitácora
1. m. Mar. Libro en que se apunta el rumbo, velocidad, maniobras y demás accidentes de la navegación.
bitácora
Del fr. bitacle, por habitacle.
1. f. Mar. Caja a modo de armario, fija a la cubierta e inmediata al timón, en que se pone la aguja de marear.
aguja de marear
1. f. Mar. brújula (‖ instrumento para indicar el rumbo de una nave).
2. f. Expedición y destreza para manejar los negocios.
Según wikipedia:
La bitácora es un mueble que se fijaba a la cubierta de las embarcaciones, cerca del timón, para alojar la brújula o compás magnético. Se sujetaba mediante suspensión cardán para contrarrestar el sincronismo transversal y longitudinal del buque. En su exterior llevaba la denominada línea de fe, alineada con el centro del buque o línea de crujía.
Y según la web concepto.de:
En la actualidad, este instrumento ha dejado de emplearse, por lo que el nombre de “bitácora” pasó a referirse exclusivamente a los cuadernos o registros que solían contener. De hecho, en ficciones y relatos se suele hablar de la “bitácora del capitán” para referirse al cuaderno de bitácora en el que el jefe de la embarcación apunta todo lo que ocurre. Con el paso del tiempo, además, el término se extendió a otros tipos de diario personal o registro, tanto en formato físico como en internet, y dio origen a nuevos vocablos como weblog (“bitácora web”) o blog.
Fuente: https://concepto.de/bitacora/#ixzz8qyCByczw