Bitácora nómade #02
Gemidos de vecina, inteligencia artificial y sobredosis de cine en la ciudad.
Digo mucho que no leo nada. Y que no publiqué nunca mi escritura. Son verdades relativas a un parámetro tan antiguo como Gutenberg. La copia en papel de unos textos que se legitiman por esas dos razones: la superficie blanca de la hoja, la reproducción mecánica. Y en estos tiempos que ya pasan de líquidos a gaseosos, leo más que nunca pero fragmentado. Publico cada cinco minutos, aunque literaturas mínimas y personalizadas o intentos que quedan solo para mí.
Mientras redacto esto me pregunto si llegará a destino, si después del punto final habrá un copia-pega-programa en mi bitácora.
Nadie espera mis noticias (o sí, pero en el presente de esta escritura no son relevantes las excusas ni las cuentas) y lo importante es cómo hago ese inventario o esa foto para avanzar por la escalera de los párrafos.
Es domingo. Una cortina recién lavada filtra la luz del mediodía y la imagen de las dos ventanas con geranios florecidos están mudas. De noche puedo colarme en escenas de esos vecinos anónimos tanto como hoy fui testigo involuntaria de un polvo mañanero en la segunda planta, no sé si como efecto sonoro de las ventanas abiertas o defecto aislante de su suelo que es mi techo. La densidad urbana tiene estas cosas y el cúmulo vertiginoso de información ajena deriva en indiferencia, no en pudor.
Me dura la fascinación por Barcelona. Voy al cine al menos dos veces por semana, me cito con gente que no veía hace años o que aún no conozco y me entrego al río de una vida que no puedo pronosticar. “Jamás sé como acabará un día” es mi mantra de esta temporada. Cuando creo que tengo un plan se esfuma y cuando me preparo para extender una siesta de sofá algo me lleva por un vericueto inesperado hacia un bar de skaters en pleno Raval o mates y wok en la nueva casa de mi ex roommate o cine, maquillaje o lavadora, con algunx de mis hijxs.
Un día fui a la presentación del libro de Milena Busquets en la Central, llegué tarde, y el aforo completo me empujó a la filmoteca, a ver la última película de una directora argentina que creía desconocer (después recordé haber visto algo suyo en Filmin) y resultó un delirio porno lésbico vampiresco ecologista. Y delirio no es despectivo, creo que el arte tiene que servir para eso: acumular, sorprender, arriesgar. Agustina Carri y las actrices estaban al final y contaron que todo empezó como una aventura entre amigas con el filme anterior. Explorar los bordes, trascenderlos.
Alucinación, en cambio, es lo que ejerce el chat GPT: inventa lo que cree probable, no exacto, y lo recubre de una locuacidad tan pulida que caemos en aquello de la autoridad de bata blanca. Nos lo explicaron en el primer taller que hice sobre AI, dispuesta a vencer la resistencia para entrar en ese bucle aún más voraz que el de las redes sociales. Un alimento cada vez más a medida. "Curiouser and curiouser" diría Alicia deslizándose por la madriguera. Y como siempre, sostengo que una parte de su uso será nuestra responsabilidad, pero que la economía de la atención está ahí, al acecho, preparada para ofrecernos oro a cambio del único bien no renovable: nuestro tiempo.
Así que mi escudo del minimalismo digital, mi capa de superheroína de la comunicación social tiene nuevas y sofisticadas causas. Como ella, me entreno.
Vengo de unos días en el bosque. Y este contrapeso tiene mucho más sentido. Cuando vivía frente al mar y al lado de un parque natural, en un barrio fantasma excepto por los meses de verano, el oxígeno de la montaña no era un elemento tan preciado. Ahora que las paredes finas me dejan oír los gemidos de la vecina, que me subo a un metro que me lleva por las entrañas ciegas de la ciudad y me teletransporta a la otra punta del mapa, que puedo hacer quinientos planes potenciales el mismo día. Ahora que la noche puede ser tan larga como quiera y aún encontraré gente en algún bar. Ahora sí: el verde, el silencio, el papel de unos libros colgados en los árboles, tienen un valor infinito.
Me dicen que es porque soy acuariana. Hace ocho años imaginé unos retiros para desconectar del móvil y los llamé “infodetox”. La dopamina aún no se nombraba como droga. Era vender arena en el desierto. Nadie se sentía adicto y me decían que eso le pasaba a estos chicos japoneses que no podían salir de su habitación y ya tenían nombre propio: hikikomori.
Yo soy hikikomori a ratos. Apago toda interacción, me recluyo tras la puerta blindada de mi nuevo domicilio y me entrego a ciertas formas del silencio.
Bendito, imprescindible, caro silencio.
PD: Cuando me preguntan a qué me dedico digo “diseño webs y organizo retiros de escritura en el bosque”. Ya hicimos el Narrantes de primavera en la Bibliobosc del Montseny. Con Imma Lizondo y Pep Durán (buscamos excusas hace más de siete años para pasar tiempo juntos organizando delirios hermosos) ya estamos con la vista puesta en el Narrantes de verano, afinando detalles después del valioso feedback de las últimas personas participantes. Siempre es un gran sí. Si quieres información, me respondes a este email y encantada de dártela.
Escribir es mi forma favorita de silencio.
Necesito seguir leyéndote en tus aventuras Nómades!