Cada conversación en un bar o un barco, una plaza o una playa, una mesa o una cama, son breves actos revolucionarios, una pulseada contra el enemigo más amable y omnipresente: la economía de la atención.
Cada vez que escribo en un cuaderno con tinta azul, mis hijxs dibujan con rotuladores o anilinas, miran el mundo con una handycam del 2000 o comparan pinturas del Renacimiento y el Barroco. Un masaje, una guitarra, un helado, un paisaje nuevo: cualquier cosa que nos vuelva a la materialidad llana de los sentidos y espante el zumbido artificial del loop, del slide, del zoom, del scroll. Son instantes robados a la intención autoritaria de ese amo que hemos asumido colectivamente.
Leo en CCCB Lab: “BDSM algorítmico: Estética, sumisión y producción en la era de la obediencia invisible”.
Me interesa la metáfora. Producir no por deseo creador sino por miedo al silenciamiento. Y a diferencia de ese código erótico (Bondage, Discipline, Sadism, and Masochism) que es un juego con reglas acordadas previamente, aquí nunca dijimos “ahora quiero este rol”. Se parece más a una relación narcisista donde a golpe de refuerzos intermitentes y gaslighting nos mantienen creando contenido para satisfacer esa maquinaria donde siempre estamos al final de una cadena trófica.
Ya sé, esto lo hemos dicho tanto que pierde sentido y parece batalla estéril. Por eso el verdadero gesto discutidor no es la teoría sino la práctica pequeña. No la palabra o la imagen publicada como enunciación de la resistencia, sino el escape que empieza y acaba en el cuerpo propio, del par o el grupo con el que compartamos el acto sin performance, ese mate, esa lectura en silencio, esa mirada, esa caminata.
Vivo ahora en una ciudad que me hiperestimula. Debo retirarme al menos una vez por día a la quietud de mi espacio unipersonal. Duermo salteado y a horas extrañas. Habito una libertad inaudita para otros, incluso para mí. Me guío menos por la productividad que por la curiosidad y el instinto.
Y voy entre alucinada y estratega por las posibilidades de este gran buffet cultural que se llama Barcelona. La semana pasada fui al cine cuatro veces. Estuve leyendo tres libros al mismo tiempo y de uno escuché a la autora en vivo (Rebecca Solnit) y de otro participé de un taller de lectura (Annie Ernaux). Me lo tomo como trabajo placentero y sin retribución monetaria. De las películas, una tuvo coloquio con el director y su equipo al acabar (Sirat). Mis chicos cinéfilos me acompañaron con La Trama fenicia y The complete unknown y los liberé de la sesión que trataba sobre una figura materna avasalladora (Érase una vez mi madre). Me bajé del metro una parada antes e improvisé otra entrada de 3 euros y medio porque era la semana de la Fiesta del Cine.
Quien me conoce de cerca sabe que no es pose sino avidez, gula desde siempre, mucho antes de que tuviera donde publicar mis excentricidades. No tengo foto ni anuncio de casi nada. Colecciono hitos intelectualoides como si fuera fetichista de zapatos caros o de obras de arte robadas. Cultivo mi snobismo en privado.
El privilegio de ser parte de una generación puente me da la posibilidad de una mirada amplia. Me muevo en grupos donde cuento mis experiencias predigitales y me convierto en una pieza vintage al instante. Yo sé que la nostalgia por esos tiempos que no vivieron inclinará un poco la balanza cuando acabe la sorpresa hipnótica de las IA. Que además inventan fake news a la velocidad de la luz. Siempre prevalecerá la necesidad humana del humanizador contacto humano.
Algo profundo sé que se está transformando en mi quehacer profesional. Aún no soy capaz de visualizarlo. Lo espero con paciencia y entusiasmo. Siento que esta serie Bitácora nómade llega a su fin. Yo sigo sin una casa fija aunque tenga domicilio oficial y todo un año por delante para sostenerlo. Todas mis pertenencias materiales caben en un armario y un estante, media nevera y una alacena de cocina. No es el retrato de una desolación o un desahucio sino la medida de mi capacidad de movimiento. Mi mochila es tan liviana que el mundo resulta pequeño. O sea que el nomadismo sigue ahí, en esencia, latente.
Aunque otro capítulo quiere escribirme.
PD: Algunos de los hilos que cruzan todo el tiempo mi panorama. Por eso necesito tantos descansos y silencios. La digestión solo es posible en la pausa.
Frankie Pizá, CCCB Lab “BDSM algorítmico: Estética, sumisión y producción en la era de la obediencia invisible”
Juan villoro, No soy un robot, un ensayo en los cuadernos de Anagrama (lo presentó en el aniversario de Plantauno de L’Hospitalet y pudimos conversar con él)
Rebecca solnit (leí Wanderlust, el arte de perderse y los hombres me explican cosas; presentó El camino inesperado en CCCB y cometí el error de entrar sin el artefacto traductor, así que mi escucha de su inglés estuvo llena de huecos, me quedó su presencia, palabras claves y ganas de seguir leyéndola).
Pep Montserrat, ilustrador, fuimos a ver su expo al Centre Civic Urgell. Delicioso. Hay muchos libros suyos en la Bibliobosc.
Jorge Carrión, su newsletter en Substack, fuente de fuentes. Asistí a uno de sus talleres online junto con Leila Guerriero, y sueño con poder hacer algún día el máster de escritura creativa de la UPF que dirige. Todo llegará. También lo conocí personalmente en el aniversario de Plantauno y hablamos de Pep Durán, creador de la Bibliobosc y protagonista de las primeras incursiones libreras de Carrión. Así lo cuenta en algunas páginas de su libro re-re-reeditado “Librerías”.
Y quizá ya sabes, con Pep y con Imma creamos Narrantes , el retiro de escritura en la Bibliobosc del Montseny. La fórmula es imbatible: libros en el bosque, escritura y narración oral, calma, Qi Gong y comida rica. Y tiempo para crear, sobre todo.
Andrea! he disfrutado con voraz interés hoy leyéndote!
A menudo me gusta como escribes y me interesa lo que cuentas, pero hoy ha sido "Match" como eso que dicen ocurre en Tinder para buscar pareja. Ja, ja, ja... que bueno! ;P
Hacia dias que no leía algo que me nutriera a placer: puedo imaginar a la perfección la vida que vives.
Montserrat