No me molesten.
Acabo
de nacer.Mary Oliver
Hoy el mar es una sábana de azul plácido. Refleja y funde el cielo. Dos pequeñas barcas descansan al sol, sobre la superficie mullida. Y yo me detengo a mirar ese paisaje que es conocido y nuevo. Nada se queda igual al día anterior. Ni una sola molécula es igual a la del día anterior.
Estoy llegando al lugar donde empieza mi jornada de trabajo y otra vez huelo ese aroma dulce de pastel recién hecho. Es demasiado rotundo, no puede venir de una casa, me digo, si todo está vacío, si en este barrio ya casi fantasma, la gente come fuera, o prepara barbacoas, o pide pizza. Nadie cocina tartas con tanta insistencia.
Y cual Alicia decido seguir el rastro, tiene que haber una panadería al final de ese olor mágico. Subo los escalones mal diseñados que me llevan a la calle de atrás, a través de un pasaje entre dos edificios. No entra un pie en la escalera, hay que ir de puntillas, como escapando de algo con disimulo, con suma atención, sin prisa.
Y sí, hay una nueva panadería en el mismo local donde solía abrir otra solo en verano para después dejarlo desierto. Entro en el recinto con una dicha de niña que descifra un enigma. Inauguró hace dos meses, me informan.
No aparece el conejo ni el sombrerero loco, no me ofrecen té, sino que hay un panadero belga que responde con amabilidad y paciencia a mi pregunta sobre sus harinas, a mi indagación sobre la posibilidad de productos sin gluten. Pido un pan redondo, crujiente, marrón, cortado en rodajas gruesas y un espiral relleno de crema pastelera y pasas.
Imagino mi capuccino mientras bajo los escalones con cuidado y un paquete en cada mano.
Y sé que esa señal: la de seguir el olfato, la de materializar aquello que huelo, me llevará a escribir esto. Porque hay cosas (un buen croissant recién salido del horno, la escritura) que están hechas para compartir. Aunque las deguste a solas.
Qué bonito 😍