Hija tiene la precisión de un bisturí.
Y me dice que sus máximos miedos son:
Ser como yo.
No ser como yo.
Y me dice que somos tan desapegadas, tan independientes, que un día de puro descuido podemos dejar de hablarnos. Que no quiere eso. Que alguna vez la llame para darle una receta de cocina, que le haga un bizum simbólico para algo pequeño. Detalles.
Soy una madre en emancipación que aún no entiende cómo serlo. Que aún no sabe cómo practicar la autonomía sin ausencia. Cómo acompañar sin cuatro comidas diarias. Cómo dar cobijo sin un techo en el que esperarlos todos los días. Se acabó el estado “by default” de los últimos 21 años y aprendo esta mayoría de edad a pura errata.
Nos sentamos frente al mar en un banco en la oscuridad, los tres, Hijo Mayor, Hija y yo. Después de una pizza tardía. En el paseo vaciado de turistas hago silencio, respiro la sal de la noche y mi orgullo, mientras recitan su libro de quejas. Todas justas, comprensibles. El cimiento de cada bloque puesto en el castillo de este último año, siempre a punto del derrumbe, es el amor. Lo saben, me lo aclaran.
Yo puedo pagar mi comida, tener mi casa, y aún necesito una madre, lanza Hijo Mayor. ¿Qué somos para vos ahora? ¿Algo para contar en tus textos?
Tiene la brutalidad de un guante de boxeo. La eficacia de un café doble.
La ausencia, mi ausencia, se parece a este paseo de mar en esta noche de octubre. Se recuerda el calor del verano que acaba de cerrarse, se intuyen el frío y la tramuntana que vendrán con la certeza inamovible del calendario.
Y sin embargo, la diferencia es grande. Yo puedo detener el tiempo e inventar un otoñano, un inviernavera, un primoño. Les digo que estoy en la mitad de mi vida, que pienso llegar a los cien, que nuestra relación recién empieza. Que podemos desafiar cualquier papel escrito y crear el nuestro.
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Hijo Menor me llama el domingo para desayunar juntos. Me duelen las piernas porque bailé hasta las cuatro de la madrugada. Tengo resaca y no es de alcohol.
Le pido a él que traiga lo que le apetezca y que yo pago, porque no tengo nada en la nevera. Padre lo acerca en el coche después de la compra en el super. Será el único rato que lo vea porque tiene que tomar un tren después del mediodía. Resulta un brunch sui generis compuesto de pretzels, caquis, huevos revueltos, mate cocido.
Hablamos de tomar decisiones, sus decisiones. Me pregunta si me parece que está “hipotecando su futuro”. Yo le digo que me preocuparía más hipotecar su presente. Y cuando veo el brillo de sus ojos, que se enciende o se apaga, intuyo por dónde es su camino. Le gusta inventar historias, hablar con la gente.
Se siente Siddhartha dejando el palacio. Y aún así, necesita una madre. Y sus mayores miedos son parecerse a mí y no parecerse.
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Donde decía “buena madre” o “mala madre” debería decir “mujer en construcción”. Los errores se cometen en presente, las páginas salen impresas con la ortografía o la gramática cuestionables. Las erratas solo se pueden detectar revisando hacia atrás. No sé cuáles serán mis disculpas cuando hayan transcurrido estos meses revueltos.
Mi fe en la felicidad del fracaso, en el fracaso de la felicidad, es ferviente.
Bravísima! Qué bien expresas, qué bien transmites y qué gusto leerte.