Leoescribo al azar, desordenadamente.
Ha sido un día difícil ayer para la familia. Nada especial, solo la vida. Decisiones, dinero, burocracias varias. Hoy parece que está más calma la meteorología anímica.
Hace tiempo que nunca, jamás, sé con quién voy a compartir las comidas del día, o las bebidas.
Por ejemplo:
Capuccino, dos. El primero como prólogo del día, para arrancar; el segundo con una dosis de colágeno en polvo (que lo hace viscoso pero no muy diferente de sabor) para flexibilizar mis articulaciones y mi piel, según promete el envase. Con una de mis compañeras de coworking. Hablando sobre las inminentes navidades y sus reminiscencias infantiles.
Kombucha, nada. Me gusta la idea de que algo vivo está trabajando en mi alacena, a oscuras. La colonia de bacterias y levaduras que la hacen posible ya está generando una capa que podré donar a alguien con el mismo ímpetu fermentil. Paso recetas de panes y bebidas saludables como una misión personal, es mi activismo en pos de la longevidad. Reviso los cuatro litros que están en proceso. Se me acabó anoche, cuando compartimos charla postdanza con una amiga.
Mate, cuatro o cinco. Después de disfrutar de la comida que me dejaron mis compañeras que han dedicado tiempo en la cocina, asoma por la ventana mi vecina que pasa con patines. Entra, pongo el agua. Comprobamos que el lugar donde yo fui al taller de escritura y donde ella duerme para ir a su curso de roller dance o serigrafía o, como hoy, a un odioso trámite con el pasaporte, estaba en los mismos 100 metros de la ciudad. La misma vereda. Eso abre un montón de planes posibles. Los imaginamos.
Matcha latte, medio. Mezclo el polvo verde con agua, desobedezco el paso de la varilla de bambú y lo revuelvo con una prosaica cuchara de metal, añado leche espumosa. Me ha salido demasiado amargo. Tomo la mitad. Sola. Dejo la taza a la izquierda de la pantalla. Avanzo con estas líneas, busco un poema de Wislawa y me quedo embobada en sus versos. Elijo uno. Está más abajo, búscalo.
Cerveza, no sé. Lo que quizá pida, cuando vaya a la reunión que acaban de invitarme y que dio un giro al final del día. Ya estaba casi lista para ir a dormir.
No hay nada como la sorpresa y la gente y la conversación para llenar un día.
Y el caos, qué importa el caos.
TODO
Todo:
palabra impertinente y henchida de orgullo.
Habría que escribirla entre comillas.
Aparenta que nada se le escapa,
que reúne, abraza, recoge y tiene.
Y en lugar de eso,
no es más que un jirón de caos.
Wislawa Szymborska
(Kornik, Polonia, 1923-2012)
de Chwila/Instante, Znak, 2002 y Editorial Igitur, 2004
Traducción de Gerardo Beltrán y Abel A. Murcia Soriano
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