Son poco más de las 7 y me levanto a escribir. Es el último día completo del viaje.
Ayer fuimos al mercado de telas. Puede ser agotador intentar avanzar por un lugar donde todo el mundo quiere venderte algo. Sobre todo siendo rubia, con un sombrero para cubrirse del sol vertical y mucha cara de no saber dónde estás ni mucho menos qué buscas. Pero no cuentan con que tengo el mejor antídoto para las compras: la cartera casi vacía. Soy incorruptible avanzando entre paradas donde me gusta todo.
Las texturas gráficas del wax (unas telas que en realidad son originarias de Holanda pero se adoptaron en Senegal como algo típico) me obsesionan hace un par de años y andar entre miles de ellas, apiladas, dobladas y sobre todo en los vestidos que serpentean en la calle, es una experiencia intensa para la diseñadora que hay en mí.
Finalmente compro un par de metros, de dos wax diferentes, una azul y otra amarilla, y otras dos piezas de voile, una tela mucho más liviana. Son casi como muestras, souvenirs de poca monta, una demanda indigna frente a semejante oferta. Mi minimalista sale triunfal.
Luego tomamos un taxi hasta un centro cultural con una exposición de arte textil y fotos impresas sobre materiales poco convencionales: un bidón de plástico, ladrillos. Un gran mural a modo de patchwork con fotos de historia familiar. Redes suspendidas con enormes bolas de telas. Nudos que conforman paisajes vivos. Proyecciones que atraviesan paños translúcidos.
Ahora desayunaremos para después salir a la casa de un escultor, Ousmane Sow.
No creo que tenga otra oportunidad de compartir mis notas en vivo, así que aquí van, aceptando el caos en toda su dimensión.
(más abajo las notas y algunas fotos)
dia 2
En el camino paramos donde hay un antiguo baobab. Estuvimos dentro del árbol, donde habitaban murciélagos. Por la ventanilla se alternan núcleos poblados y el vacío.
La tierra tiñe todo de rojo: los niños las mujeres los hombres los mangos la basura las cabras los niños la basura los escombros los baobabs la basura.
Llegamos a Sant Louis después de viajar toda la tarde.
El caos orgánico, decimos, la belleza colorida, las caras preciosas de los niños que piden argent por la ventanilla cuando paramos a comprar sandías. Son formas de encubrir la incomodidad de ser los “blancos”, de ser los “ricos”. Maneras de ignorar que no nos gustan la suciedad, la miseria, las injusticias.
Y a la vez admiración genuina por la alegría, placer por esa belleza en cada rincón, conexión profunda con esa humanidad.
Nos instalamos en la espaciosa casa colonial.
Me doy cuenta de que ahora que tengo ganas y tiempo de leer me traje un libro al que solo le faltaba un capítulo. Me acuerdo poco. Lo leí a los saltos y distraídamente el verano pasado. Decido que, cual Penélope lectora, lo empezaré de nuevo.
3:23
Me despertaron los mosquitos porque no quisimos poner la tela mosquitera. Fui al baño. Intenté poner algún pódcast para dormir pero no tengo ninguno descargado. Me voy desintoxicando de la conexión permanente. Busco en los audios de una amiga que lee cuentos en un whatsapp.
Un viaje es distancia con lo conocido: los olores, las rutinas, el café, el pan, la cama, la ventana, la temperatura de la ducha, las toallas, la gente de cada día.
Voy en un viaje mucho más largo, con más etapas, el interior. Decido otro movimiento para mi vida, la vuelta a la ciudad, lo voy comunicando, contrastando con mi gente cercana y parece tener lógica, sentido común, aunque nunca mis movimientos parecen tener eso. Soy demasiado acuario, demasiado emigrante, soy como esas cabras al costado del camino. Imprevisible.
día 4
Estamos en el Festival de Jazz de Sant Louis. Hoy toca un español, Chano Domínguez. Su piano impecable, y nosotros cabeceando. Hoy las sillas de tela no están húmedas. Estamos abrigados. Y nos dormimos un poco, a veces los días se hacen largos.
Más tarde entramos en un bar con un calor espeso, hay música en vivo, está Zeus, el artista que tiene su atelier en la calle principal. Nos invita a una cerveza que nos pasamos entre nosotros. Suena “la bamba” y otras mezclas surrealistas y bailamos. Me quedaría, pero seguimos avanzando. Vamos al concierto “off jazz” en un instituto francés cerca de nuestra casa. Es Omar Péne, una leyenda de la música senegalesa.
Valerie, nuestra guía, que lleva años viniendo, nunca ha visto a la gente sentada en un concierto así. Bailamos un poco. Logramos hacernos un lugar. Hay dos grupos más. En el intermedio conseguimos sillas. Mis piernas no dan más. Nos quedamos a dos o tres canciones. Un pequeño tambor que uno de los músicos lleva bajo la axila con un sonido potente. Se usaba para comunicarse entre tribus. Ahora lo escuchan unos cientos de personas, muchos grabando el concierto con su móvil.
Tomamos una cerveza gazzette, la local, con limón. Y es como la clara que siempre pido en casa. Volvemos. Estoy molida. Me meto bajo la mosquitera y me duermo.
Raphael Pannier y Khadim Niang, fusión jazz y sabar
Un abrazo Andrea! Qué maravilla viajar!
Vivan los viajes! pareciera que estemos suspendidas en el tiempo espacio!