Pan recién horneado
Escribo desde este espacio que parece suspendido en el tiempo. Esta sala de espera; este cubículo donde aguardan caballo y jockey para salir a la carrera; este purgatorio: a final de diciembre sabré si los doce meses se han parecido más al paraíso o al infierno.
Es el fin de las fiestas y sus confusos días entre paréntesis. Crecí en el hemisferio sur, donde todo acaba al unísono y al calor del verano: el año natural y el año escolar. Y me hice adulta, madre y emigrante en el hemisferio norte, sin adaptarme del todo a este ritmo mixto donde hay dos finales distintos.
Se abre delante de mí una agenda preciosa y en blanco. Cincuenta y dos semanas: ya se ha gastado la primera.
Hace unos días, el año pasado, vimos con Hija un capítulo de Friends. Uno al azar.
Ya habíamos intentado con ella entender por qué las sitcom tienen ese poder de cosa confortable, de consuelo cálido. Y llegamos a la conclusión de que sus personajes acaban siendo como nuestra propia familia, nuestras propias amistades, y en su universo escueto y reconocible podemos refugiarnos. Volver. Una mezcla sagaz entre lo previsible y lo inesperado.
Al finalizar ese episodio recordé que nunca habíamos visto el de “reunion” ( no reunión, sino re-union, esa palabra en inglés que significa un reencuentro grupal después de mucho tiempo, como con los ex compañeros de la escuela o una banda de música que se disgregó).
Y, apretando play, decidimos caer en su trampa.
La serie acabó justo en el 2004, cuando Hija nació. En “Friends: The Reunion” los seis se encuentran 17 años más tarde en el set reconstruido de lo que fue más casa que su casa durante diez temporadas. Y convocan recuerdos e intimidades para un público que siguió viendo en bucle sus diálogos, siempre jóvenes, siempre en los ‘90. Los chistes soportaron el paso de las décadas, el pelo de Rachel, también.
Las personas reales detrás de esos papeles siguieron con su existencia, intentaron detener las arrugas con cirugías más o menos afortunadas, se divorciaron, lidiaron con adicciones, engordaron, desaparecieron para siempre de las cámaras o siguieron apareciendo sin despegarse de esos personajes.
Nadie puede detener el avance de las temporadas, la sucesión finita, las despedidas. Y toda intención de volver atrás es un esfuerzo de la memoria, una apología de fantasmas. Algún tipo de desencanto.
Me dejo visitar por la melancolía, esa amiga que atraviesa mi paisaje cada tanto. Es el efecto secundario del desapego, me convenzo, el peaje emocional por avanzar hacia lo que me da la vida.
Respiro. Mi aire huele a pan recién hecho, a café recién molido, a agenda recién inaugurada.
¿El tuyo?
PD: no es la primera vez que escribo sobre Friends