Diario de otra procrastinadora #08
Escribir para dejar testimonio. Voces nocturnas, muebles estoicos y fiestas de despedida.
Escribir de noche no tiene nada que ver con escribir de día.
Suenan: Lou Reed, que enumera delicias desde el final de un día simple y perfecto. Leonard Cohen y su voz que se derrama como tinta sobre el silencio. Hay timbres que son para la noche, cuando mis ojos solo toleran esas luces amarillas casi transparentes.
Este fin de semana cambia la hora; siempre me cuesta calcular si nos quitan o nos devuelven esos sesenta minutos y lo único claro es que la oscuridad caerá antes. Este verano que estiré más allá de lo imposible, toca su rotundo fin. Con fiesta de despedida, probablemente. Una fiesta en que serán dos veces las dos de la madrugada.
Me bloqueo. No sé cómo seguir con el traslado de objetos. Quisiera ese poder que logra la desaparición de cosas con una varita mágica o las palabras adecuadas. Por qué será tan fácil acumular peso, artefactos sólidos, incluso telas que parecen aéreas y luego, dobladas, suman toneladas.
No puedo hacerlo sola; quisiera pero no puedo. Y mi optimismo por momentos es desánimo. “No lograré nunca resumir mis pertenencias a una maleta con ruedas.”
Confío en que aparecerá la energía necesaria, el espacio necesario, el desapego necesario, las colaboraciones necesarias. Que todo encontrará su equilibrio nuevo. Sí. Pero hasta entonces me paraliza el cansancio sumado de todos los muebles de todas las casas y oficinas y habitaciones y viajes de mi vida.
Escribir de noche es escribir desde el borde de la vigilia, en la frontera de la fase REM. Avanzar con palabras pastosas, de alquitrán. Escribir abrazada a un pecho cálido y pronunciar frases incoherentes hasta que pierden la consistencia de lo real.
Escribir de noche, sin urgencia, porque es tarde para todo y los mandatos se suspenden hasta el café o el mate. Los muebles sin destino descansan de su incertidumbre. Aceptan su caos, heredado el día que cayeron en mis manos y los salvé transitoriamente del descarte. No me culpan, aguardan pacientes como sequoias.
Podría también la escritura esperar a tener un domicilio más fijo. Que falta tranquilidad, que sobra angustia, que la agenda se acelera, que la disciplina se detiene. Razones no le escasearían. Y sin embargo (mientras las cajas bostezan, mientras los mástiles de mi ventana se borran y solo quedan el mar invisible y las luces del pueblo a lo lejos) es la única que parece empujar con voluntad. Y me dejo seducir por su convicción, le doy la mano, la dejo ser.
Escribo para dejar testimonio de otro día. Escribo para aligerar(me).
Ya se encargará la mañana de componerlo todo de nuevo con colores firmes.
PD: Alejandra Pizarnik es la poeta de la noche, la más oscura: “Palabra por palabra escribo la noche.”(Poema abajo)
Los ausentes soplan grismente y la noche es densa. La noche tiene el color de los párpados del muerto.
Huyo toda la noche, encauzo la persecución y la fuga, canto un canto para mis males, pájaros negros sobre mortajas negras.
Grito mentalmente, el viento demente me desmiente, me confino, me alejo de la mano crispada, no quiero saber otra cosa que este clamor, este resolar en la noche, esta errancia, este no hallarse.
Toda la noche hago la noche.
Toda la noche me abandonas lentamente como el agua cae lentamente. Toda la noche escribo para buscar a quien me busca.
Palabra por palabra escribo la noche.
Alejandra Pizarnik
(Buenos Aires, Argentina, 1936-1972)
Copia de la hoja mecanografiada por Alejandra Pizarnik,
enviada a Félix Grande
(Cuadernos Hispanoamericanos) en agosto de 1972
En Textos de sombra y otros poemas,
Edición de Olga Orozco y Ana Becciú
Buenos Aires, Sudamericana, 2ª edición, 1985
Escribí “Diario de una procrastinadora” en junio-agosto de 2021