Diario de otra procrastinadora #05
Escribir para mí o para otros. Diarios íntimos, síntomas y tinta.
Preguntarme para quién escribo.
Escribo para mi yo futuro. (Casi) cada mañana. Con el café o después del café o (raro) en ayuno. Y aprovecho muchas veces para leer a mi yo del pasado. Siempre tiene mensajes interesantes: me cuenta sobre mis taras perennes, reseña las etapas superadas con creces, o me trae la memoria de un día preciso gracias a los colores, los ruidos o las circunstancias.
Tengo la costumbre de dejar cuadernos a medias y, años más tarde, usar sus hojas vacías. Son siempre de la misma marca, con espiral, cuadritos y secciones de colores. Cuando era una niña conocí el misterioso nombre de “diario íntimo”. El mío tenía candado y páginas violetas y olía a chicle. Las páginas matutinas (exactamente tres) son una evolución adulta de eso.
Escribo cartas. Para él. Que nunca responde pero lee, y eso es importante. Tener un buen Lector es importante. Textos a medida: un traje que le cabe solo a una persona, una caligrafía que solo alguien específico puede descifrar de pe a pa, y el resto (si le fuera dado abrir esa correspondencia íntima) apenas intuir significados para ese significante. Son cartas de amor a la escritura.
Escribo otras cartas. Estas. Las estadísticas me dicen cuántas personas las abrieron. Jamás sabré quién leyó de verdad, excepto que (a diferencia de mi lector identificado) me respondan. Cosa que hacen, agradezco y casi siempre respondo de vuelta personalizadamente.
Escribí para papel. Era un periódico. Llevaba días elaborar un texto. Me pagaban por ese tiempo dedicado. Olía fuerte a tinta. El mismo persistente olor a tinta que había en el ascensor del periódico-edificio. Era un papel tamaño sábana que requería paciencia de lectura. Y al día siguiente caducaba y servía para envolver huevos (nunca más vi huevos envueltos en papel de periódico) o encender el fuego para un asado.
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Respondiendo a esta pregunta, ¿para quién escribo?, se me ocurrió un esquema, que garabateé mientras hablaba con Imma sobre el retiro (mi compañera, junto a Pep Durán, de “Narrantes”).
Era una línea con dos extremos: “escritura terapéutica” y “publicación”. Todo el espacio en medio, “escritura creativa”. Con el único respaldo científico de mis ideas y bibliográfico de mis experiencias, amplié:
En la escritura terapéutica: el texto en sí, su calidad como producto, no es importante. Es un medio para algo, una herramienta. Escribo para mí.
En la publicación escribo para otras personas que no sé quiénes serán. La calidad del texto es la máxima posible, para eso pasa por diversos filtros de edición y corrección. Propios o de terceros. Y depende del tipo de publicación: en papel esto se cuida al máximo (aunque luego haya versiones audiolibro y ebook), en medios digitales puede ser mucho más espontánea y con un proceso de edición menos riguroso (blog, newsletter, redes).
La escritura creativa navega entre esos dos polos. Puede empezar con una propuesta, en un taller, en solitario, a partir de las consignas de un libro o un concurso. Sin más pretensiones que dejar correr al caballo desbocado de las palabras. Para luego leer en voz alta a un grupo de confianza o amistades literarias. Y devenir en el inicio de un proceso de pulido que acabará en el podio de la publicación.
O algo así.
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Le pregunto a Lector qué opina de mi teoría espontánea, y me dice que no está de acuerdo en el primer punto.
—La función terapéutica de la escritura (y de todo arte que aspire a ser terapéutico), está en el goce estético.
—¿Si no hay goce estético no hay efecto terapéutico?
—No, porque la terapia se apoya en la utilidad. Si no, es peor. ¿”Qué es esta porquería?” dice el tipo o la mina. Tené en cuenta que tiene que haber una predisposición. Si no, te tira la sugerencia de terapia por la cabeza.
—Si es terapéutica yo creo que es importante no centrarse en el resultado
—Otra cosa es que a nosotros no nos guste particularmente el resultado, pero lo importante es que se pueda ver una estética cualquiera en el texto. Tiene de terapéutico sacar a la persona del goce de su síntoma y llevarlo al goce de la obra.
Y ahí nos quedamos con Lector, divagando sobre la escritura creativa, la terapéutica, sobre publicar. Y sobre el goce estético.
Aaaaaa… el goce.
Escribí “Diario de una procrastinadora” en junio-agosto de 2021