Cargo leña en un canasto. Vacío la basura orgánica en el recipiente verde del huerto. Miro los minutos que faltan para que se acabe el programa de la lavadora comunitaria, ubicada bajo un pequeño techo, junto al compost.
El aire es puro, la tramuntana lo ha limpiado después de soplar dos días, sin tregua ni drizas. En el puerto me había acostumbrado a oír juntos el viento helado del norte y esos artilugios metálicos que sostienen las velas, golpeando contra los mástiles de cien veleros con un tintineo feroz. No había un sonido sin el otro.
Ahora estas rutinas nómades son en préstamo, con fecha de caducidad. Hoy en Cap de Creus, casi en el borde donde el Mediterráneo empieza a llamarse Francia, soy una mujer que pisa las agujas de pino mientras carga leña. No como turista, sino como okupa con permiso. Todo queda lejos excepto el mar. A veces la idea romántica de la libertad absoluta deja paso a la angustia de homeless. Una persona definida por la falta de aquello más básico para el ser humano en sociedad. La ahuyento como a un insecto y me instalo a escribir el paisaje.
Repaso mi cuaderno textil y veo que cada página fue bordada en un lugar diferente: Girona, Barcelona, L’Escala, Llançà. Me queda una sola en blanco. Acomodo los hilos de colores y las ganas de dibujar con azul y naranja y violeta y amarillo acalla a la tentación de enredarme en la melancolía. Empieza oficialmente el invierno y mi día es una postal de todo lo deseable de esta temporada. Con solitud, no soledad, porque estoy rodeada de amigas y en unos días me re-uniré con mis hijos, lo más mío que tengo sobre la Tierra.
Antes de levantarme, aún en el sofacama, hoy escribí:
“Amanece rojo muy rojo. El mismo rojo de la chimenea: un calor y un color que se apagaron mientras dormía. Veo el mar por la ventana. La tramuntana sopló dos días sin tregua y sin drizas. Me acostumbré a esos dos instrumentos tocando siempre juntos. ¿Cuánto tiempo lleva incorporar lugares o rutinas o personas?”
Reciclo mis propias frases. Recorto lo que pertenece a un Lector particular, cambio verbos por otros más adecuados.
“Mi amiga se va hoy, todavía duerme, cuando se despierte se quebrará el silencio como una jarra de cristal en el suelo. Qué importante y qué difícil es compartir el silencio.”
“Esta ventana es mi marco por unos días. Abro los ojos y mi cuerpo tarda un rato en saber dónde está. Muchos años fue una respiración, una temperatura, otro peso, lo que reconocía antes que al lugar. Eso me ubicaba. Aún no me quito la sensación de exilio. Ninguna ventana logra eso. Me pregunto cuál será la próxima puerta que pueda sentir propia, qué sonidos, como fueron la tramuntana y las olas, qué olores, como fueron el café y el humo de salvia.”
El collage es mi expresión favorita. Hoy fabriqué una cajita con un sobre marrón que había en la papelera y dentro puse tramos de hilo que son de esta casa; sin querer dejo un testimonio documental de este trayecto, porque veo que en cada sitio he ido tomando algún souvenir que incorporo. También tengo cola y revistas para intentar mañana repetir un ritual que cumplimos varios años con mis amigos, en la noche cerrada del Montseny, también al lado de la chimenea, a pasos de un bosque. Un pastiche de palabras e imágenes que intentará cerrar el 2024, imaginar el 2025, sin demasiada estructura ni expectativa mágica.
Un collage de balance es también este texto. Recorto y pego notas, configuro algo nuevo, una ficción honesta sobre esta persona que creo ser.
//////
Mi vida estos meses es como un juego de tablero. Tiro un dado para ver mi próximo movimiento. Sé a qué estoy jugando, el territorio que abarca, algunas reglas básicas. Y lo emocionante es dejar que el azar determine el recorrido.
Esta vez el gato es blanco y negro y se llama Mus. Tiene la misma edad que nuestra gata Luna. Mi hijo usó una calculadora de edad gatuna y supimos que sus 12 años significan 64 en escala humana, si es que alguien puede traducir eso. ¿Cómo será el tiempo para ellos que tienen su campo tan reducido y se estiran al sol o frente al fuego o salen a la calle y a veces tienen que defender su territorio con algún contrincante más agresivo?.
Si mi vida fuera el juego de la oca diría que voy de gato en gato, de sofá en sofá, de mate en mate. Un poco a los tumbos, un poco a golpe de dados, un poco con dirección firme.
/////
Me pasan cosas extrañas últimamente. Por lo menos una al día. Me había pasado antes, claro. Siempre cumplían con un patrón, unos datos demográficos, un cierto parecido reconocible. Cuando me dejé llevar por el aspecto exterior fue más volátil. Las posibilidades de diálogo intelectual, en cambio, me llevaron a un perfume más duradero, esencial y me costó muchas ausencias, distancias, errores, despegarme de esa sensación de ensueño que puede acabarse en un parpadeo.
Creo en aquel lugar común que dice que esto no se busca, se encuentra. Yo busqué y encontré. Y aún en un rango que me sorprendió había una condición común: me enamoré siempre de seres humanos, todos masculinos.
El flechazo ha sido ahora por una ciudad. Creía que mi amor por el rincón del Empordà que había elegido era incondicional. Me declaré nómade, me instalé unas semanas en la vida urbana y me di cuenta que esa es la energía adecuada a mi momento vital.
Cada encuentro, cada café, cada día de sol, cada librería, cada calle, parecen confirmar que Barcelona será mi próximo punto fijo después de esta etapa sintecho.
/////
Tengo mis veinte bolsas de Ikea. Veinte bolsas de nada. Veinte bolsas azules y brillantes que la gente compra cuando compra algo. Yo las compré vacías. Para ordenar lo que aún quiero conservar y llevar al próximo sitio que llamaré casa. Son de esa megatienda donde las parejas van a elegir un sofá, donde fuimos con mi familia a comprar estanterías que cumplieron mil funciones y han ido perdiendo partes; quedan unos esqueletos tambaleantes y desdentados, útiles hasta que se demuestre lo contrario.
/////
Escribo desde el escritorio en la habitación que pude llamar mía durante muchos veranos. El padre de mis hijos se comunica desde Roma. Ha tenido que viajar de urgencia a Argentina, consiguió un vuelo que durará 46 horas y volverá en febrero. Sorpresivamente tengo la llave de una casa y un coche en el bolso: las suyas. El universo escribe los guiones más descabellados.
/////
El lugar común reza que somos animales de costumbre. La repetición nos calma. A continuación de esta idea siempre se me asocia ‘la insoportable levedad del ser’. Me marcó fuerte ese prólogo que opone las dos fuerzas. Qué pasaría si cada acto se repitiera Infinitamente. El día de la marmota, el mito del eterno retorno. Y qué pasa cuando tomas conciencia de que cada instante es irrepetible aunque volvamos a nombrarlo lunes o diciembre o navidad. Que siempre pintamos un boceto.
/////
El limpiaparabrisas al máximo. Los coches de frente. La banquina es un risco, un riesgo. Una niebla espesa cruzada por luces que encandilan. El vidrio empañado.
Estoy de vuelta en esta ciudad y lejos de cuestionar mi decisión, la confirmo. Llegué con lluvia torrencial, el viaje en auto hasta la estación de tren fue mi idea del infierno. Con paraguas pierdo parte de mi endeble motricidad. Llegué con los pies mojados a esta casa donde alojo mi insomnio. Son las cuatro y no me vuelvo a dormir. Hoy parece que habrá sol. Trabajo a la mañana, comeré con mis hijos para celebrar su cumpleaños 20. Tengo la tarde libre, después me volveré en tren. ¿Me recibís en tu casa para unos mates filosóficos? Dejaré que el tobogán de las horas me deslice hacia el sí o el no. No quiero conducir tan tarde. Siempre puedo parar en Girona, un buen plan B. Soy especialista en tener tantas opciones como letras del abecedario.
/////
Ya es la hora de bajar a colgar las sábanas en el tendedero del huerto. Puse verduras al horno para alimentar una sopa, un guiso, o lo que me inspiren sus formas, sabores, texturas, cuando estén cocidas. Creo que ahogué el fuego de la chimenea; con palitos y oxígeno intentaré reavivarlo. Me daré una ducha larga. Llenaré la página de lino con puntadas. Tengo menos certezas que otra gente con domicilio fijo. También más espacio para inventarme una vida a medida.
Pongo semillas. Brotan en la oscuridad. Y tengo paciencia de jardinera.
caos
cosa cosa cosa
cosa cosa
cosa
asco
saco cosa
saco cosa
caso cosa-cosa
¿casA?
vacío las bolsas azules, sísifamente
me pregunto cuándo hallarán reposo mis cosas
y el caos se convertirá en casa
no puedo dejar de pasar la película de cada objeto
su historia
cuando estaban juntas y ordenadas en una cocina
en una oficina
en una habitación
en un puerto
(oportunidad viene de puerto, ¿sabías?)
y eran útiles para algo más que ocupar espacio
de qué sirven mis bolsas azules
son como esas carpas que se desarman en 20 segundos:
es mentira que se repliegan a la misma velocidad
este conjunto de cajas y cojines y ollas y tablas de cortar
fueron algo, conformaban un sentido
ahora son como sílabas sueltas
intento colarlas en los estantes de esta casa que ya no es mía
y lloro en el desayuno con mi hijo porque todavía duele
(el dolor es mucho más chiquito que el huracán que fue)
y mientras me quejo
(él me escucha, comprensivo, cansado pero comprensivo)
también agradezco que este colectivo reunido
por mucho azar y algo de criterio, sean
una mesa, algunas sillas
una taza llena de café
(sin leche porque estaba caducada)
y una cucharita para revolver el azúcar
anoche no encontré la llave, él me abrió la puerta
a veces cambiamos los roles y me siento niña
insegura, tonta, perdida
(la llave estaba en el fondo del bolso, la encontré hoy)
el coche había quedado en la otra punta del pueblo
hacía frío y la tramuntana te cortaba la cara
bebí más que de costumbre
(cava, sobre todo, necesitaba celebrar, sobre todo)
y tenía que conducir más que de costumbre
pedí que me trajera alguien menos borracho, más experto
(en conducir y en beber)
no encontraba la llave
pero había timbre, hijo, techo, colchón, sábana, manta
y dormí toda la noche
Ya escribí antes sobre mudanzas y desapego de bienes materiales:
También sobre mi relación de amor-odio con los coches y la conducción: